La pequeña sala de espera en la casa del curandero independiente que se hace llamar “Hermano Guayanés”, en el municipio de Petare, se llena rápido de pacientes. El negocio está mejor que nunca.
Debido a la escasez crónica de medicamentos y a la hiperinflación en Venezuela, cada vez más gente recurre a medicinas alternativas para tratar dolencias comunes en el país sudamericano golpeado por la crisis.
“Vamos al hospital pero allí no hay nada. No tienen medicamentos o son muy caros, entonces, ¿qué podemos hacer?”, dijo Rosa Sáez de 77 años de edad, que viene a la consulta por un dolor en el brazo.
Carlos Rosales –que prefiere usar el ceremonioso nombre de “Hermano Guyanés” para su negocio– está terminando una “intervención espiritual” en un paciente, en lo que sería su quirófano.
El paciente yace acostado en un catre con los ojos cerrados, entre silbidos y chasquidos que emite el curandero, quien agita cinco pares de tijeras, una detrás de la otra, sobre su cuerpo boca abajo.
El curandero dice realizar 200 intervenciones de este tipo por semana en una habitación con luz tenue, iluminada con velas, que cuenta con dos camas de campaña y varias estatuillas de yeso que, según Rosales, representan “entidades espirituales”.
Sáez, asidua visitante del centro espiritual, dice que tiene fe en los métodos de Rosales: “El curó mis riñones”.
Sanación natural
En toda Venezuela, pero especialmente en zonas pobres como Petare, los pacientes no pueden pagar los precios de los medicamentos, que escasean debido a la crisis económica.
La federación de farmacéuticos de Venezuela dice que las farmacias y hospitales tienen, en promedio, solo un 20 por ciento de los suministros de medicamentos necesarios.
La clínica de Rosales es húmeda y huele a tabaco. El curandero, con un crucifijo colgando a su cuello, practica una especie de ritual chamánico, en el que sopla humo y emplea principios de medicina natural a base de plantas y elementos de religiones tradicionales.
Las láminas colgadas cerca de la entrada recuerdan a los clientes que deben llegar con una vela y tabaco, y “no olvidar que se paga en efectivo”.
Tal como lo haría un médico general, Rosales recibe a sus pacientes en su consultorio y los examina con un estetoscopio antes de emitir su diagnóstico. Suele recetar pociones hechas a base de plantas y frutas, como piña y chayote, un tipo de calabaza autóctona.
“Sabemos que los medicamentos son necesarios”, dice. “No estoy en contra de la medicina, pero mi medicina es la botánica”.
Las plantas reemplazan a las drogas
En su puesto ubicado en el centro del mercado de Caracas, Lilia Reyes de 72 años de edad dice estar viendo crecer su negocio de plantas medicinales. “No doy abasto con la demanda”, dice en su tienda impregnada de aroma a manzanilla, una de las 150 plantas que vende.
El consumo indiscriminado de algunas hierbas puede ser mortal, advierte Grismery Morillo. Médico de un hospital público de Caracas, dice haber visto muchos casos de insuficiencia hepática aguda en personas que comieron ciertas raíces.
Según los partidos opositores venezolanos, unos 300 000 pacientes con enfermedades crónicas corren peligro de muerte por la escasez de medicamentos. Pero a pesar de los riesgos, gente como Carmen Teresa dice que no tiene otra alternativa.
En la cocina de su restaurante, que cerró hace tres años cuando se desató la crisis económica, la colombiana de 58 años prepara una infusión de hojas de higuera para tratar la “neuropatía diabética”.
Los analgésicos necesarios para la afección son “muy costosos” y los precios aumentan por la hiperinflación, por lo cual está reduciendo la ingesta de píldoras, mientras suplementa su tratamiento con infusiones a base de hierbas. Necesita al menos cuatro tabletas diarias para controlar su diabetes. Su madre, que se encuentra postrada desde que se fracturó una pierna hace un año, padece de Alzheimer y necesita cinco píldoras diarias para la hipertensión.
“Sigo tomando mis píldoras pero reduje la dosis”, dice Teresa, quien además está reemplazando sus píldoras para el colesterol con jugo de limón.