Los militares venezolanos no tienen suficiente para alquilar una habitación en Caracas: las circunstancias económicas – y las ordenes de sus superiores – los obligan, cada vez más, a vivir en el cuartel en el que trabajan.
Según la tabla salarial que circula en la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB), un general gana unos USD 30 al mes, mientras que el alquiler de una habitación puede costar USD 20 mensuales en una zona del este de Caracas.
Muchos admiten que ya no suelen portar el uniforme en la calle, para evitar abuso verbal de parte de los ciudadanos. “Son repudiados por la sociedad”, dijo a Diálogo Rocío San Miguel, abogada y presidente de Control Ciudadano, una organización no gubernamental (ONG) venezolana.
El salario que les paga el Gobierno de Nicolás Maduro “no alcanza para mantener a una familia, ni siquiera a ellos mismos”, y además los militares adolecen de “graves insuficiencias de seguridad social, en términos de seguro médico y otras prestaciones sociales”, añade San Miguel.
Es la “familia militar” de la que hablaba Hugo Chávez y a quien el ex militar intentó, durante su prolongado mandato (1999-2013) de otorgar mayores beneficios y prebendas.
Maduro intentó comprar conciencias con electrodomésticos y hasta vehículos chinos, según la fidelidad y antigüedad de los militares, así como con comida subsidiada a través de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP). Pero el descontento es palpable: ya desde hace un año los militares no reciben ninguna prebenda a parte de la comida.
El IPSFA
A mediados de junio, Diálogo visitó los almacenes del Instituto de Previsión Social de la Fuerza Armada (IPSFA) en Caracas, que facilita préstamos a los militares para la compra de viviendas, electrodomésticos, muebles y que también ofrece servicios de la salud. Si bien el IPSFA ha crecido de unos almacenes a un centro comercial de cuatro pisos con cine, la oferta y la demanda han bajado. Los militares, algunos de uniforme, vagan en el centro con su familia mirando vitrinas y vuelven con las manos vacías. Los precios de los productos no ofrecen ventaja sobre los que se encuentran en otras tiendas.
Un militar, su esposa y sus dos hijos, caminan con una pequeña bolsa de plástico. La vidriera de una tienda de electrónicos les llama la atención y pasan ahí largo rato, mirando los teléfonos celulares y las lámparas que se cargan con luz solar. Pero no compran nada, ni siquiera entran: el celular más barato cuesta lo mismo que un mes de sueldo de un general.
La casa de “Beiby”
Una vivienda modesta en el campo venezolano: el aire acondicionado y la televisión por cable son un lujo, pero los apagones son frecuentes. Es la casa de un comandante de la FANB y “Beiby” su hija, una muchacha de 20 años.
Electrodomésticos chinos distinguen la casa de “Beiby”, pero más importante que un aire acondicionado es la otra rara prebenda que llega casi todos los meses a casa: una segunda caja de CLAP.
También conocidos como los “soviets de la comida”, los CLAP le hacen llegar alimentos subsidiados a 30 por ciento de los venezolanos (militares, militantes, simpatizantes y otros que se identifican como chavistas), una vez cada tres meses, o menos. Se trata de comida comprada con sobreprecio, de mala calidad, y distribuida como una herramienta de control social, así lo denuncia la oposición a Maduro. La muchacha se queja de la calidad de los alimentos que vienen en el CLAP: la leche dice es “súper mala” y la variedad es poca. “A veces solamente vienen lentejas”, dice de la caja que no alcanza para un mes.
Cuando se le pide que resuma los beneficios que obtienen en su casa por ser familia de un militar de alto rango, lo hace rápidamente: “otra caja de CLAP y acceso a la farmacia de la base”, dice. Eso es todo. La vivienda es propia, financiada por la FANB, pero el papá pasa más tiempo en la base que en casa. Muchos de los demás militares tienen menos suerte.
Sin casa y en la base
Diálogo también habló con otro oficial que recibe una segunda caja de CLAP al mes, y que dice que esta no es compensación suficiente por el trabajo que hace al ser militar venezolano.
El hombre joven y estudiado es teniente y trabaja en la base militar más grande de Venezuela, en Caracas. Vive permanentemente en la base y comparte con sus familiares la segunda caja de CLAP que le llega casi todos los meses.
No le gusta vivir en la base: quisiera tener casa, o al menos una habitación propia, pero el Gobierno no lo ayuda con la una ni la otra. La tendencia, dice, es a obligar a los militares a vivir dentro de la base. El teniente dice que siente que los concentran en un solo sitio, los acuartelan –como en preparación de algo grande.