El origen de los militares en Venezuela se remonta a la milicia colonial organizada por España en el siglo XVIII en lo que entonces se denominó Capitanía General de Venezuela.
Las guerras de independencia (1810-1823) generaron una orgullosa tradición militar. Con la presidencia de José Antonio Páez (1830-1835), hombres armados ejercieron directa o indirectamente el poder político en Venezuela a lo largo de la mayor parte del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX.
Venezuela tiene una antigua tradición de participación militar en la política. Hasta el régimen militar de Julián Castro en 1858, la mayoría de los líderes posteriores a la independencia en el siglo XIX fueron ex oficiales militares que representaban a los partidos Liberal y Conservador. La alternancia entre oficiales militares, tanto en servicio activo como retirados, que detentaban poder político llegó a su fin con la Revolución Liberal Restauradora, el golpe de Estado de 1899 y la guerra civil perpetrada por Cipriano Castro y otros hombres armados del estado venezolano de Táchira.
Fuerza militar profesional
Entre 1899 y 1945, una sucesión de oficiales militares de Táchira gobernó el país. En este período, las fuerzas militares se transformaron y se convirtieron en una institución profesional con la fundación de una moderna academia militar en 1910, bajo la instrucción de militares chilenos con influencias alemanas. Se convirtió en una de las instituciones estatales más importantes, cuyos oficiales militares eran respetados y admirados por la sociedad.
Con poder político y en ausencia de conflictos interestatales las fuerzas armadas se consideraron la institución clave para promover el desarrollo interno y la modernización. Desde el retorno de la democracia en 1958, los militares volvieron a sus cuarteles. Después de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez (1952-1958), dirigentes políticos firmaron un acuerdo formal conocido como Pacto de Punto Fijo, que exigía la mutua aceptación de los resultados de las elecciones presidenciales de 1958 y la preservación del naciente régimen democrático.
El rol de los militares en el Estado cambió drásticamente en este período, pasando de promover la modernización y la gobernabilidad a combatir las insurgencias de izquierda durante la década de 1960, como por ejemplo, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN).
Aunque siguieron en gran parte subordinadas al control civil en las siguientes décadas, las fuerzas militares aumentaron su participación una vez más a mediados de la década de 1970, bajo una nueva doctrina de seguridad nacional que pedía la integración del desarrollo y la seguridad. Las condiciones volvieron a cambiar a fines de la década de 1980. Afectado por los precios bajos de sus principales exportaciones –petróleo y sus derivados– y el aumento de la tasa de interés de su deuda externa, el Gobierno venezolano comenzó a tener dificultades financieras.
El Caracazo
El Caracazo, una ola de protestas, disturbios y saqueos que tuvieron lugar el 27 de febrero de 1989, fueron la consecuencia de la implementación de las reformas económicas neoliberales del presidente Carlos Andrés Pérez. En consecuencia, el Gobierno instó a los militares a contener los disturbios. La pérdida de vidas civiles dividió a oficiales subalternos y superiores. La conspiración radical de izquierda Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 (MBR-200) dentro del Ejército encabezada por el Teniente Coronel Hugo Chávez, aceleró los planes de un golpe de Estado, que se planeó para febrero de 1992.
Este intento de golpe de Estado fue infructuoso, pero marcó el comienzo del fin de la democracia consolidada bajo el auspicio del Pacto de Punto Fijo. Luego siguió una profunda crisis institucional en la década de 1990, con el juicio político al presidente Carlos Andrés Pérez en 1993 y una importante crisis financiera y económica durante la gestión de Rafael Caldera (1994-1999).
El factor más importante que influyó en el cambio de rol de los militares venezolanos durante este período fue el surgimiento de Hugo Chávez como figura política. Él fue un oficial militar, un desconocido carismático, un líder populista radical. Su breve aparición televisiva al finalizar el golpe de Estado de febrero de 1992, donde declaró que deponía las armas “por ahora”, impulsó el apoyo político en sectores de la población que por tradición fueron excluidos y marginados, sobre todo los venezolanos pobres y la clase trabajadora.
Nuevo rol para las fuerzas militares
Chávez ganó la presidencia a través de comicios electorales en diciembre de 1998, y el rol formal e informal de las fuerzas armadas volvió a cambiar con la promulgación de una nueva constitución en 1999. El Artículo 328 de la Constitución de 1999 amplió la misión de los militares. Proclama: “La Fuerza Armada Nacional constituye una institución esencialmente profesional, sin militancia política, organizada por el Estado para garantizar la independencia y soberanía de la nación y asegurar la integridad del espacio geográfico mediante la defensa militar, la cooperación en el mantenimiento del orden interno y la participación activa en el desarrollo nacional, de acuerdo con esta Constitución y con la ley”.
Derecho al voto
Chávez designó a oficiales militares activos y retirados para ocupar puestos políticos y burocráticos en todos los ministerios y agencias civiles del Estado. Los oficiales ocuparon hasta un tercio de los portafolios del gabinete y los militares se convirtieron en uno de los principales ejecutores de programas y políticas gubernamentales, pasando claramente de un rol interno condicionado hacia otro activo. Por otra parte, el artículo 330 otorgó al personal militar el derecho al voto, algo que había sido prohibido en el período democrático de la Cuarta República, en un esfuerzo por minimizar el partidarismo dentro de las fuerzas armadas.
El rol de los militares en la política, la economía y la sociedad, se afianzó luego del infructuoso golpe de Estado contra Chávez en abril de 2002. Sus funciones se oficializaron de distintas formas. El 28 de noviembre de 2002, la Asamblea Nacional aprobó la Ley Orgánica de Seguridad de la Nación, que introdujo la idea de seguridad y defensa integral. Esta ley reafirmó el rol destacado de los militares en la sociedad y profundizó el compromiso de la institución con el desarrollo y la seguridad. En 2005, la asamblea aprobó la Ley Orgánica de la Fuerza Armada Nacional, que reiteró la participación de las fuerzas armadas en tareas de desarrollo y mantenimiento del orden interno.
Adoctrinamiento
El Gobierno también intentó adoctrinar y ordenar las creencias políticas del cuerpo de oficiales y, en menor medida, las de los suboficiales. Una reforma de 2007 adoptó el uso del lema “¡Patria, socialismo o muerte! ¡Venceremos!” como parte de los saludos militares. Este es un claro ejemplo de privilegiar la ideología sobre la neutralidad.
Además, la Ley Orgánica de la Fuerza Armada Bolivariana de 2008 (LOFANB) cambió el título oficial de las fuerzas armadas: de Fuerza Armada Nacional (FAN) pasó a Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB), lo que implica directamente la defensa de un proyecto político específico, el bolivarianismo, en lugar de la nación en su conjunto. Esta ley y sus reformas subsiguientes reforzaron la tendencia de Chávez de crear una estructura militar que respondiera en forma directa a él y a su proyecto político-ideológico, en lugar de ser apolítica, según exige la constitución.
Identidad militar venezolana
Las FANB venezolanas se basan en tres legados para moldear su identidad. El primero es el de Simón Bolívar, libertador y padre fundador de Venezuela. Sus hazañas en el campo de batalla y sus logros políticos durante la guerra de independencia entre Venezuela y España son las piedras angulares de la identidad militar venezolana. El segundo se basa en las tradiciones democráticas de Venezuela, sobre todo del período 1958-1998. El tercer aspecto más contemporáneo de la identidad militar venezolana radica en el legado de Chávez y sus esfuerzos por construir el socialismo del siglo XXI en Venezuela.
Aunque estas tres identidades no siempre son compatibles, Chávez y sus sucesores se han esforzado en conectar una identidad militar moderna ideológicamente centrada con una identidad tradicional con base orgánica e histórica. Todos los miembros de las fuerzas militares venezolanas deben confrontar las contradicciones que implican estas identidades ya que están presentes, en mayor o menor grado, en todos los soldados.
Simón Bolívar, cuyo legado incluye la liberación de cinco naciones de Sudamérica entre 1810 y 1825, es proclamado por los valores militares tradicionales venezolanos. Las fuerzas armadas se consideran la institución que asume el legado de este incomparable logro, –en su opinión– no igualado por el padre fundador de ningún otro Estado sudamericano (aunque tal vez los argentinos puedan cuestionar esto, dadas las victorias de su libertador, el General José de San Martín). En consecuencia, la identidad básica de las Fuerzas Armadas de Venezuela es la de libertadores, plasmada en el lema del Ejército: “Forjador de Libertades”.
La noción de resistencia contra grandes adversidades a cualquier costo también está vinculada a las guerras de independencia, en este caso contra el Imperio español. Cabe destacar que Simón Bolívar fue un extremista al declarar, durante la guerra de independencia de Venezuela “guerra a muerte” contra los españoles, recurriendo a una violencia ilimitada para defender a la nación.
Otra influencia en la identidad militar venezolana derivada de este período es el de las fuerzas armadas como fundadoras de la nación y defensoras de la soberanía territorial y popular. Es importante recordar que Venezuela tuvo ejército antes de tener Estado y los militares siempre tuvieron una participación patrimonial en los resultados políticos, económicos y sociales de Venezuela. Ellos se consideran los máximos garantes de la independencia de Venezuela.
Nueva forma de pensamiento
Los gobiernos de Chávez y de su sucesor, Nicolás Maduro, intentaron unir los aspectos tradicionales de la identidad militar con los preceptos ideológicos del partido gobernante.
En particular, Chávez planteó la necesidad de una nueva forma de pensar para los militares venezolanos. El papel de las fuerzas armadas como forjadoras de libertades se reinterpretó para poner énfasis en la defensa de las libertades sociales, de los pobres y de los marginados. La experiencia de la guerra de independencia venezolana se reinterpretó para enfatizar el rol de la resistencia indígena y afro-venezolana contra el imperialismo español.
Chávez hizo comparaciones entre las experiencias modernas de prolongadas guerras populares (China, Cuba, Vietnam y Nicaragua) con la larga guerra de independencia de Venezuela (1810-1823). Además, trazó una analogía entre el imperialismo español y el estadounidense, recalcando que una guerra popular larga, integrada por combatientes civiles y militares, era la única forma de derrotar a un adversario superior en tecnología y economía. Desde su punto de vista se requería una unidad cívico-militar, que transformara a toda la población en un frente de resistencia contra el enemigo. Estas ideas se incorporaron al pensamiento militar venezolano a través de las cuatro academias de las fuerzas armadas, que finalmente se integrarían bajo la égida de la Universidad Militar Bolivariana de Venezuela en 2010.
Aunque la FANB comparte muchos valores con las fuerzas armadas del mundo, una lista de valores actualizados ponen énfasis en la dimensión socialista del pensamiento chavista y sus implicancias para las fuerzas armadas. No obstante, las fuerzas militares venezolanas también son una institución pragmática que prioriza la unión por sobre todas las cosas. Por lo tanto, tratará de evitar roles o participación en operaciones que pongan en riesgo su cohesión interna. Incluso en épocas de crisis extrema, como los intentos de golpe de Estado en 1958 y 2002, o la sublevación urbana de 1989 conocida como el Caracazo, el cuerpo de oficiales resolvió sus diferencias rápidamente y se unió en torno a su identidad militar corporativa. El cuerpo de oficiales prefiere apoyar la continuidad constitucional por sobre todas las cosas, y por todos los medios evitará exponerse a situaciones que los lleven a ordenar el uso de la fuerza contra otros elementos de las fuerzas armadas venezolanas o contra el pueblo.
El sistema de instrucción militar venezolano es la base para transmitir normas y valores a los oficiales. Durante la presidencia de Chávez, el sistema de instrucción militar resaltó la importancia de los siguientes valores para los miembros de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana: amor a la patria, honor, disciplina, obediencia y subordinación, liderazgo mediante el ejemplo, lealtad, justicia, moderación y heroísmo.
Ideas bolivarianas
El plan chavista de Gestión Socialista Boliviariana para 2013-2019 hacía hincapié en los ideales bolivarianos, la defensa integrada de la nación en todos los frentes de batalla y la unión cívico-militar: todos los ciudadanos son soldados y todos los soldados son ciudadanos. Esto se vio materializado en un incremento de las reservas militares e impulsó la creación de milicias bolivarianas nacionales (por momentos denominada la guardia territorial) y de comisiones permanentes de defensa y seguridad dentro de los Consejos Comunales, que conforman los pilares básicos del gobierno local en barrios.
La FANB tiene un amplio rol en la sociedad, la política y la economía de Venezuela. Tomando de referencia el marco teórico de Harold Trinkunas para entender el control civil de las fuerzas armadas a través de un análisis de los límites jurisdiccionales militares –defensa externa, seguridad interna, políticas públicas y selección de dirigentes– queda claro que la FANB tiene un rol públicamente activo en las primeras tres jurisdicciones, y posiblemente incluso, en aspectos de la selección de dirigentes.
Esto es producto de una clase de oficiales comprometidos políticamente, que alcanzó la mayoría de edad durante el Plan Andrés Bello, la Constitución Política de 1999 que formalizó el gran rol de la FANB en el Estado y fomentó una unidad cívico-militar, además de los cambios legales subsiguientes para fortalecer el papel de los militares en la sociedad. Desde 1999, las fuerzas armadas han tenido un papel protagónico en la implementación de políticas y han desempeñado cada vez mayor influencia en la sociedad.
Aunque constitucionalmente están obligados a ser apoliticos, los militares están sumamente politizados y suelen ser la rama de facto del chavismo. El proceso de politización comenzó poco después de que Chávez asumiera el poder en 1999. Sin embargo, esto creció significativamente después del golpe de Estado de 2002, que derrocó a Chávez temporalmente y lo llevó a identificar y castigar a los seguidores de aquella medida. Las repercusiones del golpe hicieron que la gestión de Chávez redujera su círculo de confianza. Esto significó, además, que se otorgaran muchos puestos gubernamentales influyentes u oportunidades contractuales a militares leales. En 2016, unos 200 oficiales militares partidarios del chavismo estuvieron al mando de puestos claves dentro de las fuerzas armadas.
El proceso de selección y ascenso hace que los oficiales superiores tiendan a ver con buenos ojos al PSUV y a la coalición MUD de forma negativa. De este modo, los principales dirigentes políticos se vuelven intolerantes a las voces de la oposición dentro de las filas de oficiales.
Desde 2002, el Gobierno ha castigado cualquier apoyo percibido desde la cúpula de oficiales hacia la oposición, retirándolos de sus cargos. Desde entonces se han realizado continuas purgas significativas, incluso contra oficiales con importantes conexiones en el PSUV, lo que sugiere que Chávez, y ahora Maduro, siguen preocupados por la lealtad de los altos mandos.
Expulsión de críticos de las fuerzas armadas
Un ejemplo que llama la atención ocurrió en 2007, cuando Chávez denunció al General retirado Raúl Isaías Baduel, un partidario en el pasado, que había ayudado al presidente a recuperar su poder en 2002. Sin embargo, Baduel se opuso públicamente a las reformas constitucionales propuestas por Chávez, por lo cual el presidente lo acusó de abuso de poder, malversación de fondos y violación del código militar mientras era oficial. Baduel fue condenado a casi ocho años de prisión. Con la expulsión de los críticos de las fuerzas armadas y mediante frecuentes relevos dentro del cuerpo de oficiales, Chávez y Maduro han minimizado el peligro que la dirigencia militar podría representar para la presidencia. A su vez, politizan a los altos mandos militares y otorgan poder a oficiales con los que también pueden contar para proteger al presidente de sus oponentes.
La cultura militar venezolana debe entenderse como compuesta por múltiples estratos. El estrato más profundo recurre a los mitos de la guerra de independencia y del rol del Ejército en la liberación de Venezuela y otros cuatro países. El rol histórico de las fuerzas armadas y de los presidentes militares en los primeros 150 años de independencia en Venezuela refuerza la autopercepción de los militares como esenciales para la supervivencia de Venezuela como Estado-nación y de ser defensores del pueblo venezolano. A esto se le suma el rol de la fuerza armada venezolana como una institución profesional, como la garante apolítica de la democracia y como contribuyente del desarrollo nacional durante el período democrático que comenzó en 1958.
Además, el régimen chavista ha agregado una dimensión ideológica que compromete a las fuerzas armadas a entablar una defensa partidaria del socialismo del siglo XXI y del legado de Chávez. El régimen chavista ha intentado activamente influir en la cultura militar venezolana para que acepte un compromiso ideológico con el bolivarianismo mediante el uso de un sistema de recompensas y castigos.
Los incentivos a cumplir incluyen un rol desmesurado en la política estatal, grandes aumentos en recursos materiales y acceso a la corrupción, y a la participación en la economía ilícita, particularmente el narcotráfico. Esto formó una generación de oficiales militares que solo han conocido las reglas del régimen chavista. Muchos son cómplices del régimen, tanto en sus logros (ahora en decadencia) como en sus delitos. Por lo demás, la amenaza de ser denunciados a los servicios de inteligencia y dados de baja, hace cumplir, al menos de la boca para afuera, los ideales bolivarianos. La distribución de elementos particulares de la cultura militar venezolana es desigual entre los servicios, generaciones y orígenes sociales.
Los más cercanos a Chávez, los que participaron en los golpes de Estado de 1992, y los que ocuparon altos cargos en el régimen chavista han ganado mucho y son los que más tienen que perder si cambia el status quo. El Ejército y la Guardia Nacional son los que más ganaron con el chavismo y son los que tienen más por perder si un Gobierno opositor asume el poder.
La generación más joven de oficiales ha sido la más ideologizada por el sistema de instrucción militar y la más propensa a contar con al menos algunos genuinos creyentes. A los oficiales superiores se les elige por su apoyo ideológico a la revolución, en lugar de por su mérito. No obstante, hay muchos oficiales que comprenden que el sistema está en crisis, que las políticas actuales son insostenibles y que consideran que los ideales tradicionales asociados con la historia militar de Venezuela y su democracia son más importantes.
Las opiniones de la sociedad venezolana sobre los militares son complejas.
Durante mucho tiempo las fuerzas armadas han gozado de buena reputación en la sociedad venezolana. Sin embargo, la opinión de la sociedad está cambiando a medida que se asocia a los militares con la supervivencia del régimen chavista y la ejecución de sus políticas. Aquellos más estrechamente relacionados con la oposición y aquellos que menos se benefician con el régimen actual son los más propensos a ver con escepticismo a las fuerzas armadas. Además, la creciente evidencia de complicidad militar con la corrupción y con la economía ilegal, socava aún más la confianza social en las fuerzas armadas.
No obstante, para la sociedad en general es probable que el rol fundamental de las fuerzas armadas en la independencia de Venezuela y en su democracia sea un legado perdurable, accesible para las generaciones futuras si eligen reestructurar el convenio cívico-militar.
*Brian Fonseca es director del Instituto Jack D. Gordon de Políticas Públicas de la Escuela Steven J. Green de Asuntos Internacionales y Públicos, de la Universidad Internacional de Florida (FIU).