Poco después del segundo aniversario del desastre radioactivo que ocurrió en Nyonoksa, la federación rusa continúa trabajando en el desarrollo del armamento en el corazón de la tragedia.
En marzo de 2018, el presidente ruso Vladimir Putin reveló su plan de desarrollar seis nuevos sistemas armamentísticos avanzados. La joya más preciada entre estas armas es el misil Burevestnik 9M730. Esta arma, que la OTAN denomina Skyfall SSC-X-9, emplea un reactor nuclear para aspirar, comprimir y calentar aire, para propulsar el misil provisto de una ojiva termonuclear.
Desafortunadamente, un subproducto del uso de reactores nucleares utilizados como propulsión es que irradian durante el proceso de compresión del aire, y por lo tanto producen radiación. Desde el anuncio de Putin el arma ha tenido numerosas pruebas que en su mayoría fallaron. El más desastroso de estos infructuosos eventos sucedió en 2019, cuando los científicos rusos que trabajaban en el proyecto recogieron el misil disparado un año después que había sido lanzado. El reactor nuclear explotó al ser recuperado, y acabó con la vida de cinco científicos y dos soldados. La lluvia radioactiva cayó en la ciudad vecina de Nyonoksa, lo que elevó el nivel de radiación en el área hasta 200 veces por encima del nivel normal. Dado que el Gobierno ruso no dio ninguna advertencia de las pruebas nucleares que realizaba, la población de Nyonoksa quedó en riesgo de desarrollar a largo plazo enfermedades por radiación, de consumir agua contaminada por irradiación, y de interrumpir su vida cotidiana hasta que la cantidad de radiación fuera de nuevo segura.
Existen dos formas para que los seres humanos sean expuestos a la lluvia radioactiva: de forma externa o interna. La exposición externa se produce a través del contacto físico directo con las partículas de lluvia radioactiva en el aire. Esto es común en las explosiones nucleares, pues la radiación se proyecta en el aire a alta velocidad y tiene la capacidad de viajar cientos de kilómetros, según la velocidad y la dirección del viento. Los seres humanos también pueden entrar en contacto directo con la lluvia radioactiva una vez que toca el suelo. Debido a que esta radiación puede permanecer activa durante años, según el material utilizado en el reactor nuclear, los habitantes de las ciudades más cercanas a las explosiones nucleares son los que corren mayor peligro. La exposición interna ocurre de forma indirecta. Por ejemplo, habría contacto indirecto si la lluvia cae sobre cultivos que después consumieron seres humanos, o incluso ganado productor de leche. Los lácteos podrían contener partículas radioactivas que son peligrosas para cualquiera que las consuma. La exposición a la lluvia radioactiva, tanto externa como interna, pone en riesgo la salud de los seres humanos causándoles problemas duraderos, y suele ser difícil de detectar sin el equipamiento adecuado.
En el pasado vimos muchas catástrofes nucleares; una lección no aprendida que se repite continuamente. En abril de 1986, el mundo vio la devastadora catástrofe nuclear en la ciudad de Chernóbil. La planta nuclear explotó y emanó nubes con alrededor de 6,5 toneladas de radiación, que llegaron a cientos de kilómetros. Millones de personas tuvieron algún tipo de contacto con la radiación y, según estimaciones iniciales de las Naciones Unidas, unas 4000 personas morirían por los efectos de la radiación. No obstante, este cálculo no tuvo en cuenta la exposición a la radiación interna que tuvieron muchos de los cultivos y el ganado. Esto significa que el número de personas afectadas por las complicaciones de salud a largo plazo, estimado en más de 16 000, es significativamente mayor, pero probablemente nunca puedan medirse con certeza estadística.
Aunque la escala de la explosión de Nyonoksa no fue ni cercana al mismo nivel que la de Chernóbil, los resultados de la lluvia radioactiva podrían ser los mismos. Dado que el Gobierno ruso tardó días en notificar a los habitantes de las zonas aledañas sobre la explosión, la radiación llegó a las fuentes de agua potable, al ganado y al suministro de alimentos. Podrían pasar años o incluso décadas hasta que los afectados por la explosión comiencen a ver los efectos secundarios de la radiación, pero mientras tanto Rusia sigue realizando pruebas con su arma nuclear. El mundo espera con disconformidad la próxima catástrofe nuclear. Si la locura es hacer lo mismo una y otra vez y esperar resultados diferentes, ¡entonces este misil de propulsión nuclear es realmente una locura!