Cuando observamos las cuatro generaciones de la guerra, vemos que la evolución de la tecnología influye y cambia la forma de los conflictos. Esta evolución tecnológica depende también de la naturaleza de los conflictos, cuya gran característica actual es la fragmentación. Durante la Guerra Fría, hubo dos modelos principales. La guerra que se preparaba constantemente, con millones de soldados y blindados de la OTAN y del Pacto de Varsovia desplegados permanentemente en Europa, es decir, una repetición de las guerras mundiales, y la guerra revolucionaria, caracterizada por enfrentamientos de tipo guerrillero contra ejércitos convencionales.
En el apogeo de este periodo, hubo una corriente de estudiosos que describió el siglo XX como la “Era de las pequeñas guerras”. Esto se debió a que la guerra convencional existente entre los bloques liderados por las potencias atómicas se había vuelto prácticamente imposible de estallar debido a la amenaza nuclear y se produjo una expansión de los conflictos en la periferia, que pasaron a llamarse “de baja intensidad”, “de guerrilla”, “irregulares”, “asimétricos”, etc.
El uso de ametralladoras
Con la evolución del armamento, las concentraciones de medios militares se han vuelto muy vulnerables. Desde la Guerra de Secesión estadounidense, la ametralladora obligó a las formaciones de infantería a dispersarse y a utilizar el terreno como refugio; la evolución de la artillería acentuó esta situación en la Primera Guerra Mundial. Durante la Guerra Fría, ante un artefacto nuclear, una concentración de cientos de miles de combatientes o de blindados se convierte en un objetivo muy gratificante. Hoy en día, la evolución tecnológica de la artillería convencional les permite actuar en un campo de batalla similar al de un arma nuclear de pequeño calibre.
El brusco cambio de escenario tras la Guerra Fría ha hecho que la guerra tradicional se derrumbe. El último modelo de confrontación a la antigua fue la guerra entre Irán e Irak en la década de 1980. Es poco probable que se produzca un conflicto de este tipo en un futuro próximo, no sólo porque las concentraciones militares son vulnerables, sino también porque nadie tiene medios para librar guerras tan largas con armamento sofisticado y caro. Hoy los beligerantes tienen acceso a otros métodos.
Por ejemplo, la Guerra del Golfo a principios de 1991: el resultado (predecible) fue determinado por la campaña de bombardeo estadounidense previa a la invasión. Los Estados Unidos tenían una superioridad decisiva. El resultado ya se conocía, independientemente de la duración del conflicto.
Guerra de guerrillas urbanas
La mayoría de las guerras actuales no se libran entre Estados. Dado que algunos actores han sido desmembrados, las contiendas suelen producirse entre entidades políticas (legítimas o no), derivadas del debilitamiento de las naciones, la pérdida del monopolio de la violencia de los países, la división de las naciones y/o los movimientos separatistas. Cabe decir que este es el único tipo de guerra en el que los estadounidenses fueron derrotados. Este es el tipo de conflicto que tiene lugar en el Valle de los Ríos Apurímac, Ene y Mantaro (VRAEM) en Perú, en las favelas de Río de Janeiro, en las selvas colombianas, en Irak, Siria, la República Centroafricana, el Sahel, Malí, Siria o Nigeria.
El resultado más sorprendente de este tipo de fenómeno sobre el terreno es la fragmentación de los conflictos. Hoy en día, la superioridad tecnológica, el equipamiento y el entrenamiento de las fuerzas armadas de algunas potencias militares es tal que resulta imposible enfrentarse a ellas en un campo de batalla convencional. Consecuencia: el campo de batalla clásico desaparece en su forma tradicional para dar paso a varios microcampos de batalla o incluso a combates en los que no hay frentes ni retaguardia, cuando se producen atentados terroristas o insurgencia criminal.
Las fuerzas armadas y la policía deben ser reestructuradas para tener la capacidad de responder a las hipótesis que aún no se conocen bien y que se producirán dentro y fuera del territorio nacional. Si es necesario intervenir en Río de Janeiro, en Haití, en África o en cualquier otro lugar, es necesario equilibrar las fuerzas cuantitativa y cualitativamente, así como identificar la medida exacta de uso de blindajes, helicópteros, efectivos humanos, drones y otros vectores.
Ciberguerra
La guerra híbrida actual abarca el concepto de combate en múltiples dominios, algunos lo llaman guerra no militar. El aspecto cibernético es uno de ellos y puede conducir a la neutralización o degradación de muchos medios técnicos del enemigo o de las fuerzas opositoras.
Ya en 1998, se puede ver que Estados Unidos y la OTAN interfirieron en la electrónica de Serbia antes de intervenir allí e hicieron lo mismo en 2003 en Irak. En 2010, Robert Knake, en coautoría con Richard Clarke, dejó constancia en Cyber War: The Next Thread to National Security de que existe una alta posibilidad de que esta vertiente tenga el potencial de cambiar el balance militar mundial y alterar así las relaciones políticas y económicas. Clarke cree que potencias rivales de Estados Unidos, como Rusia y China, ya han colocado las llamadas bombas lógicas en la red estadounidense, capaces de destruir parte de la infraestructura del país.
Ciberataque frente a fuerza militar
Actualmente, cuando se utiliza el término ciberguerra, se refiere a las maniobras de agresión en el ciberespacio en tiempos de paz. Estas acciones siguen siendo limitadas porque, por el momento, el arma cibernética es demasiado poco controlable para permitir maniobras masivas, como la destrucción de los cinco o seis sistemas de información que hacen funcionar las sociedades modernas: militar, sanitario, bancario, de transporte, de abastecimiento, energético. Una acción de este tipo provoca el colapso de una sociedad sin haber disparado un tiro, como los apagones, por ejemplo.
Sin embargo, existen armas cibernéticas limitadas muy eficaces. El virus Stuxnet, lanzado en 2010 por estadounidenses e israelíes contra las centrifugadoras del programa nuclear iraní, destruyó decenas de miles de ordenadores.
En 2019, Israel fue el primer país en responder a un ciberataque con una fuerza militar. Tras una ofensiva cibernética de Hamás, los israelíes lanzaron un ataque aéreo contra un edificio de la Franja de Gaza, de donde procedían los ataques. A su vez, ya en 2020, Hamás consiguió acceder a diversos datos personales de jóvenes militares israelíes a través de perfiles femeninos falsos que estimulaban la vanidad de los combatientes y les animaban a exponer fotos personales o a hablar de operaciones.
La ciberguerra ha llegado para quedarse y ya no es un conflicto del futuro, sino el más importante del presente. Las naciones que no tomen precauciones lo antes posible serán cada vez más vulnerables y habrán perdido el tranvía de la historia.
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