El 11 de julio de 2021 miles de cubanos salieron a las calles, cansados de la escasez de alimentos, productos básicos, medicinas y vacunas para combatir el COVID-19. Fueron las primeras manifestaciones a gran escala en Cuba desde 1994, y las más grandes desde que Fidel Castro asumió el poder en 1959. Los manifestantes utilizaron las redes sociales para transmitir al mundo lo que estaba sucediendo, pero el régimen comunista cortó los servicios de Internet y telefonía, desconectándolos del mundo.
La clave para que el régimen pudiera hacer esto fue China. Las empresas chinas han jugado un papel fundamental en la construcción de la infraestructura de telecomunicaciones en Cuba, un sistema que el régimen utiliza para controlar a su pueblo, tal como lo hace el Partido Comunista Chino (PCCh) dentro de sus propias fronteras.
Cuando comenzaron las protestas, el senador estadounidense Marco Rubio tuiteó: “Esperen que el régimen en #Cuba bloquee el servicio de Internet y de teléfono, para evitar que los videos sobre lo que está sucediendo en la isla salgan a la luz”. Y agregó: “Por cierto, utilizan un sistema fabricado, vendido e instalado por #China, para controlar y bloquear el acceso a Internet en #Cuba”. Un artículo en Newsweek analizando los posibles vínculos de Beijíng con la censura de las protestas de Cuba, señaló que los principales proveedores tecnológicos de Etecsa, la única empresa de acceso a Internet en Cuba, eran todos chinos: Huawei, TP-Link y ZTE. Un informe de 2017 del Observatorio Abierto de Interferencias en la Red descubrió rastros de código chino en interfaces para portales wifi cubanos. La organización sueca Qurium descubrió que Cuba utiliza eSight, el software de gestión de redes de Huawei, para filtrar las búsquedas en la web. El rol de China en la colaboración con el régimen para cortar las comunicaciones durante las protestas ha puesto de manifiesto una de las diversas formas en que Beijíng ayuda a mantener en pie al régimen comunista cubano.
Intereses de China en Cuba
Desde que los dos países establecieron relaciones diplomáticas en septiembre de 1960, las relaciones entre China y Cuba no han estado exentas de complicaciones. Cuba disfruta de la designación exclusiva de “buen hermano, buen camarada, buen amigo” de China, lo que refleja su legado comunista compartido. Sin embargo, a pesar de ese vínculo común, su relación ha sido compleja; ambas naciones estaban en lados opuestos de la división chino-soviética durante la Guerra Fría y, en algunos casos, en lados opuestos durante las luchas de liberación nacional en África. Durante ese período, Mao Zedong y Fidel Castro discutieron verbalmente por cuestiones de supremacía ideológica. Mao acusó a Castro, un aliado soviético, de “revisionismo”, una ofensa grave dentro de la ortodoxia comunista. Cuando China redujo los envíos de arroz a Cuba, Castro la acusó de sumarse al embargo estadounidense. Tras la muerte de Mao, Castro describió al difunto líder como alguien que “desbarató con los pies lo que hizo con la cabeza”.
Algo que disuadió a China en sus negociados con Cuba fue la fuerte reacción de los Estados Unidos ante el despliegue de misiles soviéticos en Cuba, en 1961. El incidente, bien conocido en China, fue una advertencia que sugería que los EE. UU. no tolerarían que el país asiático se acercara demasiado a Cuba. De haberlo hecho, podrían haberse puesto en riesgo los objetivos más ambiciosos de China: construir un estado fuerte y rico a través de intercambios comerciales con los EE. UU., que incluían interdependencia financiera, inversiones de empresas occidentales y el acceso a la tecnología estadounidense.
Después del colapso de la Unión Soviética y el abrupto corte de la ayuda soviética a Cuba, China intensificó su apoyo. Desde 1993, funcionarios jerárquicos del gobierno chino han visitado la isla 22 veces, mientras que funcionarios jerárquicos del gobierno cubano han visitado China 25 veces desde 1995. En 2014, durante una visita a la isla, el presidente Xi Jinping dijo: “Ambos países avanzan de la mano en el camino de la construcción de un socialismo con características propias, ofreciendo apoyo recíproco en temas relacionados con nuestros respectivos intereses vitales”.
China reconoce la importancia geoestratégica de Cuba. Debido a su posición en el Caribe, Cuba puede ejercer influencia sobre el acceso marítimo al sureste de los EE. UU., por donde pasan rutas marítimas fundamentales que conducen a los puertos de Miami, Nueva Orleans y Houston. El autor George Friedman ha argumentado que, con una mayor presencia en Cuba, China podría potencialmente “bloquear los puertos estadounidenses sin bloquearlos realmente”, al igual que las bases e instalaciones navales estadounidenses plantean un desafío similar para China alrededor de la primera cadena de islas y el estrecho de Malaca. La influencia de Cuba en el Caribe también convierte a este país en un representante útil, a través del cual Beijíng puede presionar a los cuatro países de la región (de los 15 en total a nivel mundial) que reconocen a Taiwán para que cambien de postura.
Apoyo económico de China a Cuba
China ayuda a sostener el régimen a través de la actividad económica. Según el Ministerio de Relaciones Exteriores de China, este país es el principal socio comercial de Cuba y su mayor fuente de asistencia técnica. En un principio, China importaba desde Cuba principalmente azúcar y níquel, incluso con una propuesta de inversión china de USD 500 millones para la industria niquelera cubana, que finalmente fracasó. La compañía china Greatwall Drilling (GWDC) también se asoció con la compañía petrolera nacional de Cuba, Cupet, para extraer petróleo cerca de Pinar del Río, aunque tampoco llegó a concretarse un proyecto más grande, de USD 6000 millones, para modernizar la refinería de petróleo en Cienfuegos.
Cuando en 2014 los EE. UU. comenzaron a abrirse a Cuba durante la administración de Obama, China reconoció el potencial de una relación más sólida con la isla y se apresuró a ponerse al día. Las empresas chinas obtuvieron un proyecto para ampliar la terminal de contenedores de Santiago de Cuba, financiado con un préstamo bancario chino de USD 120 millones. Además, empresas biofarmacéuticas chinas establecieron sus operaciones en la Zona Especial de Desarrollo Mariel de Cuba. China incluso creó un centro de inteligencia artificial en la isla.
En noviembre de 2018, Cuba se adhirió a la Iniciativa de la Franja y la Ruta de China. En el sector agrícola, las empresas chinas están incrementando la producción de azúcar y arroz, mejorando el riego para aumentar el rendimiento de los cultivos y enviando tractores para labrar los campos cubanos. Beijíng Enterprises Holdings está construyendo un complejo hotelero de golf de USD 460 millones en la isla.
Pero la influencia china en Cuba no termina ahí. Ahora los cubanos conducen automóviles de Geely, camiones de SinoTruck y autobuses de Yutong. Ahora, la empresa Haier también vende electrodomésticos y productos electrónicos a Cuba, incluyendo la instalación de una planta de ensamblaje de computadoras y un otra de investigación sobre energías renovables en la isla. La provincia china de Jilin y la ciudad de Changchun mantienen relaciones de cooperación con empresas biofarmacéuticas cubanas. Cuba fue uno de los primeros destinos oficiales para la capacitación en español del personal chino en el hemisferio. Por reciprocidad, la Universidad de La Habana fue uno de los primeros Institutos Confucio establecidos por China en la región. Ambos mantienen estrechas relaciones en materia de defensa, incluyendo visitas periódicas de líderes institucionales y de alto nivel, además de la visita en 2016 de un barco chino al puerto de La Habana. Sin embargo, China no vendió a Cuba ningún sistema armamentístico importante, como sí lo hizo con otros estados de la región como Venezuela, Ecuador y Bolivia.
Huellas del “autoritarismo digital” de China en Cuba y más allá de la isla
Las contribuciones de China al desarrollo de las telecomunicaciones en Cuba fueron “firmes como una roca entre rápidos”, según un artículo de 2016 de China Business Network. El cable submarino ALBA-1 de Cuba que une la arquitectura de telecomunicaciones de la isla con Sudamérica a través de Venezuela, recibió financiamiento parcial de empresas chinas, que también colaboraron en su construcción. En el año 2000, el Gobierno cubano firmó un contrato con Huawei para instalar cables de fibra óptica en toda la isla. En los últimos años, como se dijo anteriormente, empresas chinas como Huawei, ZTE y TP-Link, han consolidado aún más su rol fundamental en el suministro de Internet en Cuba, incluyendo puntos de acceso, teléfonos y otra infraestructura en toda la isla, la misma infraestructura que el régimen bloqueó el mes pasado (julio de 2021) para censurar las protestas.
Este es solo un ejemplo de cómo China exporta el “autoritarismo digital” a los regímenes antiliberales de la región. En Venezuela, la empresa china de telecomunicaciones ZTE ayudó al régimen de Maduro a establecer el sistema del “Carnet de la Patria”, que utiliza para controlar no solo los sufragios, sino también la distribución de los escasos paquetes de alimentos (las famosas cajas CLAP), y más recientemente las vacunas para combatir el COVID 19. De manera similar, en 2020, la Oficina de Control de Activos Extranjeros del Departamento del Tesoro de los EE. UU. sancionó a la Corporación Nacional de Importación y Exportación de Productos Electrónicos de China, por apoyar los esfuerzos del régimen de Maduro para llevar a cabo operaciones de vigilancia digital y cibernética contra adversarios políticos.
El cambio en el entorno estratégico de la región, agravado por las tensiones sanitarias, fiscales, económicas y políticas de la pandemia de COVID-19, es cada vez más evidente. Los regímenes autoritarios de izquierda están consolidando el control en Venezuela y Nicaragua. La izquierda populista ha vuelto al poder en Bolivia con el partido MAS, en Argentina con los peronistas y en México con Andrés Manuel López Obrador y el movimiento Morena. En Perú, la reciente elección de Pedro Castillo, un maestro de Cajamarca con una agenda de izquierda radical, es igualmente alarmante. Las próximas elecciones en la región plantean las perspectivas de una expansión aún más amplia de la izquierda populista, incluyendo la posibilidad de que Xiomara Castro gane las elecciones de noviembre de 2021 en Honduras, que Petro sea electo presidente en 2022 en Colombia o que regrese en Brasil Lula da Silva y su Partido de los Trabajadores a las elecciones de octubre de 2021.
Los continuos esfuerzos de China por fortalecer al régimen cubano constituyen una preocupación para la seguridad nacional de los EE. UU. Para bien y para mal, Cuba está conectada con los EE. UU. por proximidad geográfica, historia y lazos familiares. Durante mucho tiempo, el Gobierno de los EE. UU. ha seguido de cerca las violaciones de las libertades y los derechos humanos sobre el pueblo cubano, y sigue trabajando para mejorar su situación. Al sostener a Cuba, China funciona indirectamente como incubadora del autoritarismo en la región, proporcionando recursos a esos regímenes a medida que se consolidan en el poder, cambian las constituciones, embisten contra la propiedad privada y las instituciones democráticas y silencian a los disidentes del país.
Cuba también podría ser un área desde la cual China podría recopilar inteligencia y realizar ciberataques contra los EE. UU. En la actualidad, el Departamento de Justicia de los EE. UU. está investigando a miembros del Ministerio de Seguridad de China por patrocinar delitos cibernéticos y otras actividades cibernéticas, como el reciente ataque a Microsoft, que pone al descubierto las malignas intenciones de China contra los EE. UU. en el ciberespacio.
Cómo podrían responder los EE. UU.
Ante los desafíos planteados por el apoyo de China a Cuba y otros regímenes autoritarios en la región, los legisladores estadounidenses deben considerar lo siguiente:
En primer lugar, los EE. UU. deberían prestar más atención a la competencia estratégica con China, que tiene lugar en Cuba y en la región en general. Como escribió recientemente Gordon Chang en Newsweek, debemos darnos cuenta de que “Estados Unidos (…) está involucrado en una lucha feroz en todas partes. Después de todo, la batalla entre dictadura y democracia, que por el momento no va bien, es global”.
En segundo lugar, los EE. UU. no deberían tratar de “bloquear” a socios latinoamericanos para evitar que realicen negocios con China. Esto no es viable en una región de estados soberanos cuyos lazos comerciales con China son cada vez más fuertes. De hecho, la región se vio especialmente afectada por el COVID-19, por lo cual necesitará más actividad comercial con países importantes como China, para recuperarse. En cambio, los EE. UU. deberían preocuparse más por ayudar a sus socios regionales a interactuar con China de la manera más saludable y productiva posible. Por ejemplo, poner énfasis en la transparencia inhibe la participación en negociaciones corruptas con los chinos, que benefician a las élites firmantes de esas negociaciones, en lugar de favorecer al país en su conjunto.
Los EE. UU. deben promover un mayor apoyo a las iniciativas de “buena gobernanza”, incluyendo la ayuda a socios para planificar y evaluar las inversiones en infraestructura crítica de una manera más eficiente, realizar evaluaciones técnicamente sólidas de las licitaciones públicas y fortalecer los sistemas legales y su aplicación, para garantizar que empresas chinas y de otros lugares respeten las leyes de las naciones y sus compromisos contractuales. En parte, esto mantendrá a los socios aislados de las actividades más depredadoras. Dicho apoyo también ayudará a convencer a los ciudadanos locales, muchos de ellos pesimistas acerca de sus gobiernos, de que la gobernanza democrática, basada en los principios del mercado, puede generar beneficios, abordar desigualdades y mejorar las condiciones de vida.
Como lo ilustra el caso cubano, la industria de las telecomunicaciones es un área particularmente sensible, donde China podría desafiar la capacidad de los países socios para tomar decisiones soberanas y resistir las presiones del autoritarismo. Sin embargo, los EE. UU. y sus socios deben proporcionar alternativas viables a los sistemas chinos, de los que Washington pide a sus socios que se alejen. Con ese fin, los EE. UU. deberían recurrir a naciones democráticas de ideas afines y a sus empresas líderes en el espacio, como Nokia (con sede en Finlandia) y Ericsson (en Suecia). Instituciones como la Corporación Financiera de Desarrollo Internacional de los Estados Unidos y el Banco Interamericano de Desarrollo pueden ayudar a los países socios a financiar tales alternativas.
De forma similar, con respecto a la seguridad cibernética, los EE. UU. deberían tratar de aumentar el apoyo a los socios para proteger la privacidad y seguridad de sus ciudadanos de protagonistas malignos, como China. El entrenamiento en materia de ciberseguridad que brinda el Comando Sur de los EE. UU. a sus países socios podría ser parte de la solución en este sentido. Si bien los acontecimientos recientes en Cuba muestran la creciente influencia de China en la región, el enérgico apoyo del PCCh a los actos represivos del régimen cubano también pone de manifiesto que está del lado equivocado de la historia. Los EE. UU. deben profundizar las asociaciones con socios de Latinoamérica y el Caribe en base a valores compartidos, con el objetivo de garantizar la seguridad, prosperidad y libertad en la región.
Las opiniones expresadas en el artículo son propias de los autores y no reflejan necesariamente las del Gobierno de los EE. UU.
Autores invitados
Leland Lazarus se desempeña como redactor de discursos del Almirante de la Marina de los EE. UU. Craig S. Faller, comandante del Comando Sur de los EE. UU. Anteriormente, trabajó como Oficial del Servicio Exterior de los EE. UU. en China y el Caribe. Antes de formar parte del Gobierno de los EE. UU. fue productor asociado en Televisión Central de China, y dio clases de inglés como becario Fulbright en Panamá.
El Dr. Evan Ellis es catedrático de investigación de Estudios Latinoamericanos en el Instituto de Estudios Estratégicos del Colegio de Guerra del Ejército de los EE. UU. Su investigación se enfoca en las relaciones de Latinoamérica con China y otros protagonistas del hemisferio no occidental.